21 septiembre, 2013

Qué somos tu y yo, sino dos almas separadas por el abismo del orgullo. Dos muros que chocan y se destruyen. Forzados a mantenernos alejados, fugitivos del amor, cansados de esperar a que nos vengan a esposar y nos hagan vivir presos en una fantasía idealizada.
Me hacía pequeña, tan diminuta, que me perdía entre los surcos de tus dedos. Me encontraba todas las caricias que nunca me diste, aterrorizadas, perdidas e infelices, suspirando por un halo de roce. Me querían, juro que querían también mis caricias...
Pero me fui, y entre mis huellas, también empezaron a multiplicarse las caricias nunca dadas, Me empecé a parecer a ti, a tus desaires, a tu manera de mirar y a la forma de decir que no me querías.

Pero teníamos demasiados pecados compartidos y una mochila inmensa de recuerdos y vivencias. Tú eras ella. Por más que intentabas huir, ahí seguía yo. Como siempre te prometí. Ya era hora de despojarte de aquel orgullo, de cogerlo y arrastrarlo junto con las inseguridades. Aquellas que no nos dejaban avanzar. Y tú eras ellas, todas y cada una de las desconfianzas surgían en mí y que odiaba tanto...

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