Lleno
mis pulmones con fuerza. Los baño de felicidad, de un aire fresco salido de los
tuyos. Mis labios exhaustos no reparan en ello, pues prefieren seguir
enganchados al timón de tu lengua. Dedos entrelazados bailan al compás del
tamborileo de tu corazón loco, apasionado. Fuegos artificiales salen de tu
pecho para caer despedidos en lo más profundo de mis senos. Cierro los ojos y
no hago más que verte y tú mientras, me transmites algo que nunca sabré que es,
pero de lo que creo que sin ello no cobraría sentido mi existencia. Tus cortas
y repetidas respiraciones componen una melodía sutil para mis oídos, algo de lo
que Mozart quizás nunca tuvo oportunidad de saborear entre susurros ahogados.
Saboreo tus pestañas, tus párpados y me queda tiempo para mirarte las pupilas y
pensar que no hay mujer más dichosa que yo en este mundo. Me acuesto en tu
pecho e intento acompasar mis respiraciones con las tuyas, hacernos uno y
repetir de manera indefinida un placer que pocos han podido experimentar de
manera tan intensa. Quizás estoy atolondrada al pensar en un mañana despistado,
desbaratado entre tazas de café a medio beber por toda la casa y besos
olvidados en el microondas. Mis libros podrían estar cobijados en una sola
habitación, mientras tus grandes retratos custodiasen las paredes. Sé que me
fotografías mientras estoy en sueños. El insólito ‘click’ es perceptible a
kilómetros, pues con él desprendes una pasión que muchas veces me gustaría que
tuvieras conmigo. Pero que sepas, que yo también lo hago. Yo también te capturo.
Te susurro sin quererlo. Te congelo, te reproduzco, te represento cada minuto
en mi mente sin que te percates. Quizás alguna de estas capturas pudieran estar
expuestas, pues pocas cosas hay más bellas que tu sonrisa cuando me miras. Eres
magia sin quererlo, sin saberlo. Fantasía en una copa de alcohol, corcheas
flotando en mi mente, melodías difusas que bailan un vals en mi boca, pues eres
como la música: capaz de arañarme el alma, reparármela o jugar con ella y
hacerme cosquillas. Mis dedos actúan tal y como si estuvieran componiendo una
armonía en el piano más bello, pero sencillamente están trazando líneas en un
cuerpo que podría haber sido esculpido por los dioses del olimpo. Y es que eres
París, París con sus calles, con su torre Eiffel y su acento parisino. Porque a
veces representas los kilómetros y la nostalgia, las horas reparando en tu
espera o este sobrio texto. Estás en los ojos de aquel desconocido del metro,
que queriendo o sin quererlo, me mira como tú lo harías. Te siento en ese frío que
me corta, que se apodera de mis movimientos y me inmoviliza como si me
estuvieras abrazando, porque eres la personificación de los besos robados, la
metáfora de los ‘te quiero’ o la retórica de mis pasos.
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