14 septiembre, 2013

Lleno mis pulmones con fuerza. Los baño de felicidad, de un aire fresco salido de los tuyos. Mis labios exhaustos no reparan en ello, pues prefieren seguir enganchados al timón de tu lengua. Dedos entrelazados bailan al compás del tamborileo de tu corazón loco, apasionado. Fuegos artificiales salen de tu pecho para caer despedidos en lo más profundo de mis senos. Cierro los ojos y no hago más que verte y tú mientras, me transmites algo que nunca sabré que es, pero de lo que creo que sin ello no cobraría sentido mi existencia. Tus cortas y repetidas respiraciones componen una melodía sutil para mis oídos, algo de lo que Mozart quizás nunca tuvo oportunidad de saborear entre susurros ahogados. Saboreo tus pestañas, tus párpados y me queda tiempo para mirarte las pupilas y pensar que no hay mujer más dichosa que yo en este mundo. Me acuesto en tu pecho e intento acompasar mis respiraciones con las tuyas, hacernos uno y repetir de manera indefinida un placer que pocos han podido experimentar de manera tan intensa. Quizás estoy atolondrada al pensar en un mañana despistado, desbaratado entre tazas de café a medio beber por toda la casa y besos olvidados en el microondas. Mis libros podrían estar cobijados en una sola habitación, mientras tus grandes retratos custodiasen las paredes. Sé que me fotografías mientras estoy en sueños. El insólito ‘click’ es perceptible a kilómetros, pues con él desprendes una pasión que muchas veces me gustaría que tuvieras conmigo. Pero que sepas, que yo también lo hago. Yo también te capturo. Te susurro sin quererlo. Te congelo, te reproduzco, te represento cada minuto en mi mente sin que te percates. Quizás alguna de estas capturas pudieran estar expuestas, pues pocas cosas hay más bellas que tu sonrisa cuando me miras. Eres magia sin quererlo, sin saberlo. Fantasía en una copa de alcohol, corcheas flotando en mi mente, melodías difusas que bailan un vals en mi boca, pues eres como la música: capaz de arañarme el alma, reparármela o jugar con ella y hacerme cosquillas. Mis dedos actúan tal y como si estuvieran componiendo una armonía en el piano más bello, pero sencillamente están trazando líneas en un cuerpo que podría haber sido esculpido por los dioses del olimpo. Y es que eres París, París con sus calles, con su torre Eiffel y su acento parisino. Porque a veces representas los kilómetros y la nostalgia, las horas reparando en tu espera o este sobrio texto. Estás en los ojos de aquel desconocido del metro, que queriendo o sin quererlo, me mira como tú lo harías. Te siento en ese frío que me corta, que se apodera de mis movimientos y me inmoviliza como si me estuvieras abrazando, porque eres la personificación de los besos robados, la metáfora de los ‘te quiero’ o la retórica de mis pasos. 

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