Los nudillos se me agrietan, por la falta de vehemencia de
tus palabras, y el limón de tus mentiras no hace más que intentar desinfectar
todo lo que has provocado. Y te aferras, y me aferro, a lo que hemos construido
con falsas promesas, y un brindis al aire con lo poco que nos quedaba de
vergüenza.
Mis yemas han dejado de echarte de menos, quizás porque tus
ojos no me llaman en silencio, quizás porque tu boca no me observa desde lejos.
Quizás, no eres lo que esperé, ni tanto menos lo que deseé. Pero pudimos
bebernos a chorros la dignidad, incluso el alma... pero preferimos callar y
mentir. Traicionarnos y jugar con lo prohibido. Nos dejamos llevar y nos
gritamos lo efímero. Intentar reconstruir lo inexistente era algo por lo que
luchábamos constantemente... sin recompensa. Debimos emerger y susurrarnos,
arrancarnos el corazón y con un mordisco certero, quitarnos de una vez esta
carga. Me hubiera cortado el temperamento con un cuchillo, pero pensaste que
sería mejor seguir indagando cada hilo cosido, de aquellas sábanas de antaño.
Vivíamos de recuerdos que debíamos coger y guardar. Aplastar, destrozar y
enterrar.
Volver al pasado era algo imposible, pero algo nos hacía
pensar que podía volver a suceder. No podíamos de nuevo, reconstruir,
disfrutar, volvernos a enamorar como la primera vez. Y lo sabíamos. Pero era
más fácil tirarte de la camisa con vivacidad y presionar mis fauces sobre tu
cuello, esperando cualquier indicio para devorarte. Y es que, nos olvidábamos
de que ya no teníamos quince años. “Estos juegos deben finalizar, Sam.”-Te
repetía constantemente, que con astucia contestabas: “¿Qué juegos,
cariño?¿Desde cuándo amar se ha vuelto un pasatiempo?”
Pero te equivocabas, Sam. Nos estábamos equivocando. Parecía
como si aquellos gritos nos dieran vida y nos brindara el soplo que
necesitábamos para seguir alentando la llama. Pero, eso no hacía más que
fragmentarlo, fragmentarnos y resquebrajar las fibras del miocardio.
Constantemente, estábamos arrojándonos tierra, rastrojos de
reproches y prejuicios, dolor que alguna vez nos lo tragamos sin compasión,
asfixiándonos junto a aquellos vasos de tequila mezclados con una rabia
demasiado concentrada. Debíamos aminorar la marcha, alentar los besos, desvestirnos con la mayor delicadeza,
analizar la pasión. Recordar, descifrar, volver a revivir lo que la mente ha
relegado, pero que las expectantes manos recuerdan con viveza. Tapar los
agujeros de las inseguridades y de los celos, de la envidia y el desenfreno.
Sentir el más mínimo hormigueo en la yema de los dedos, cual mareo
imprevisible. Recordando lo que una vez, nos vio empezar poco a poco, creciendo
con ello, gradualmente.
Pero me fumé el cigarrillo de las mentiras, mientras me bebía
a tragos vacíos, desnudos, la copa de las traiciones. Me quité el sujetador a
quema ropa, con rabia en las caricias, con cicatrices que volvían a resurgir y
me mutilaban las verdades.
Hiciste que me confundiera, que olvidara componer la sintaxis
de mis versos, que engullera y perdiera, las vocales y las consonantes de mi
vida. Tal vez sea porque, también, dejé demasiado abierta la ventana que
tenemos en común y sin querer, la tinta de mi pluma se evaporó. Intenté
atraparla, junto al viento, pero se me hizo imposible. Pretendí aún así,
vivirlo todo con deseo, aún sabiendo que no tendría nada para poder después,
rememorar lo vivido.
Quizás, es triste guardar e intentar extraviar lo pasado en
una mínima cajita con algunos CDs, cartas y fotos que hace décadas que no
ojeas. Pero aspiras, y exhalas un trabajado “Se acabó”, queriendo volver a
escuchar de nuevo, como si con ello, pudieras cambiar el tamaño del
compartimento.
Prometer amor eterno, en estos tiempos que corren, parece ser
un billete anticipado al peor de los destinos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario