23 abril, 2011

¡Qué estúpido!

Érais felices. Incluso, habíais pensado en casaros, tener hijos, formar una familia.
Cada noche ella te esperaba a que llegaras y le hicieras el amor tan apasionadamente como si fuera la última vez. Sabías cómo tratar a las mujeres, cómo seducirlas y hacerlas sentir reinas de su propio reino. Conocías al milímetro el secreto de llevar el compás en los pies, el ritmo en las venas y agudizar el oído para captar la más mínima particularidad de la composición. Contemplabas cada detalle imperfecto de aquella mujer que te parecía interesante y hacías de él un elemento que casi la simbolizaba. Procurabas vestirte de indiferencia, cada lágrima que caía la escondías con disimulo, aunque a veces en tu llanto podías ahogarte. Engañabas a la misma cantidad de mujeres, que de pecados habías ejecutado.Un trabajo en el que tú eras el negociante y recaudabas el mayor número de ropa interior de aquellas chicas a las que engañabas a modo de premio, cual recompensa machista. Ella lo sabía, incluso conocía el por qué; quizás por eso te perdonaba diariamente y te recogía desvalido cada noche cuando llegabas. En eso demostraba cuánto te quería y tú, tú la recompensabas con farsas, artimañas. Juegos de palabras que llegaban siempre a la meta de las discusiones. Te habías descontrolado, estabas inmerso en un mundo que no era el real y destruiste una relación que había crecido por tí. Drogas, alcohol... los mejores ingredientes para desbaratar tu vida y de las personas que te quieren.

Hoy, miras hacia atrás y te avergüenzas de todo lo ocurrido. Qué estúpido, creías que te comías el mundo.

11 abril, 2011

Le ofrecí mi alma a lo que más quería

El bullicio de la gente me hacía no encontrarte. Sabía que estabas ahí, lo sabía. Sólo tenía que buscarte, saber hacerlo. Empujaba a la gente, abría los codos y me cubría la cara con el fin de hallarte. Se me desvanecían las lágrimas al caer por la mejilla y cerraba los ojos en un intento de no seguir empapándome la cara. Corría sin pausa, con ansias locas. Tenía que explicarte lo que habia pasado, no era justo que te fueras sin saber la verdad y pensando lo que pensabas cuando te fuiste. Seguía corriendo, y aunque la respiración se me entrecortara por la fatiga acumulada, seguía, daba las zacandas más grandes posibles e intentaba no derrumbarme... pero tropecé. Me vi en medio de una muchedumbre que lo único que hacía era reirse en circulo de aquella mi desgracia sin ayudarme, y la vergüenza me recorrió de pies a mejillas como lava ardiente sonrojándome los pómulos. Sin más miramientos, me levanté y encontré un muro donde subirme y avistarte, y mira si lo hice. Parecía como si lo primero que había visto era aquella corta melena morena y esas orejitas pequeñas que tanto me gustaban. Erás tú, por fin. Salté de aquel muro a toda prisa y volví a esprintar como nunca, entrándome flato. Llegué por detrás, te abracé sin articular palabra y me quede un rato así, pero deshiciste mi nudo de brazos malhumorado sin tampoco decirme nada y quedándote mirando estupefacto mi cara pálida de cansancio elevado.
Siempre era yo la que tenía que rebajarse para arreglar las cosas, y ésta no fue diferente:
-¿Por qué no me dejas contarte lo que pasó?.- dije extasiada.
-No hay nada que contar. Vi lo que vi y ya está. Estabas con él y no hay más que hablar.
-Sólo estábamos hablando, nada más. Tú sabes lo que hay con Jhonny y lo que hay contigo.
Dio media vuelta sin dejarme apenas terminar. No sabía que más decirle para que entrara en razón. No se daba cuenta de que era estúpido lo que decía.
Caí al suelo, los músculos no me obedecían y parecían haber expirado.
En un intento de arreglarlo solté con las únicas fuerzas que me quedaban:
-Te quiero.
Se volvió y me miró con aquellos ojos caramelo y esas pupilas de chocolate para fundirme con la mirada en un instante que duró siglos.
En el momento menos esperado, cuando parecía que todo estaba perdido, se acercó y me recogió. Eso es lo que me encantaba de él, que podía, aunque fuera tarde, reflexionar. Se había dado cuenta de que era una soberana estupidez lo que pensaba y decía. Él sabía perfectamente lo que nos unía y lo que nos hacía ser fuertes cada día.
Un halo de energía entró por mis fosas nasales al respirar el mismo aire que soltó al decirme:
-Deja de hacer el tonto anda, que está empezando a llover.- me dijo esbozando una sonrisa de media luna. Y sí, era verdad. Había empezado a chispear cada vez más fuerte, pero ni en eso me había percatado.
Caballerosamente, se quitó la chaqueta y nos fuimos de aquel gentío, donde empezaba a agobiarme. Él sabía cuando era el momento de irse en el instante exacto, y así hicimos.
Era de noche ya, y yo me iba a quedar en casa de Olga pero preferí irme con él. Nunca se había portado mal conmigo, sólo que a veces era celoso, pero confiaba en él plenamente.
Empezamos a caminar por los alrededores, él abrazado a mí, yo abrazada a él. No miento si digo que no fue perfecto. Hubo un momento que nos quedamos parados en medio de la nada e inconscientemente o no, le plante un señor beso. Fue... diferente. Sabía tan dulce como el cacao, pero a la vez tan agrio como un limón, o quizás a salsa agridulce, quién sabe.
En ese mismo momento la Luna producía una escena de lo más épica, de película; ofreciéndonos su más claro reflejo mientras nos desacíamos entre caricias. Había llegado el momento y lo sabiamos. No podia ser mejor y ocurrió lo que nos pedía el cuerpo.
Besos, caricias, cuerpos entrelazados susurrando a gritos que se aman.
Aquel día, murmuré entre suspiros, 'te amo' y ofrecí mi alma a lo que más quería.



He de decir que es mi primer relato oficial que publico y no sé realmente si es bueno. Eso es subjetivo, lo sé. Pero me gustaría saber si les ha gustado, y si es así, que me lo hagan saber comentándolo. Muchísimas gracias a todos los que habéis contribuído a que este blog haya alcanzado sus más de siete mil visitas y mis seguidores, que son los mejores :) (Sin contar a toda esa gente que sin ser seguidora del blog me apoya)