No tengo letras, tampoco palabras. Parecen haberse esfumado
con la brisa, jugando al escondite con tus besos. No
escribo e intento no lamentarme y despojar esta culpa que me corroe inventando
excusas que llevan de título tu nombre. Mis sueños se desvanecen, el olor de tu
piel con el roce de la mía se evapora y tú; tú te escapas de mi mente y te
llevas a cuestas mi imaginación. Solo queda esperar y desear que te pese tanto,
como para que pares y te vuelva a secuestrar en lo más profundo de mi pecho.
Mis brazos no llegan a alcanzarte y mis piernas empiezan a flaquear. ¿Debo
parar? Te has llevado contigo lo más valioso de mi ser. Me dejas desnuda y parece
que la faz de la tierra se gira y mira hacia mí, analizando mi curvatura,
detallando los más insólitos defectos, poniéndole el punto y la coma a mis
indefinidos pechos; y tú, también me miras. Es hora de que vengas con esa
pesada maleta y me la devuelvas, me dejes vestirme y la gente deje de
examinarme. Parece que los ojos se multiplican y son más los que me observan.
Mírame y apiádate de mí. De esa maleta. De nosotros. Y sobre todo, de mis
escritos.
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