Pasé por aquel sitio, por aquella playa. Aquella que fue testigo de caricias, besos, promesas aún sin cumplir y juegos prohibidos bajo aquella luna que nos miraba cada noche con más ternura, y quizás con más picardía. Cada atardecer nuevo que compartíamos lo hacías tan nuestro e intenso como fugaz, tal que vivíamos mil años en escasas horas. Llegábamos hasta lo más inverosímil de tu ser, recorríamos toda nuestra anatomía y me quedaba tiempo para enamorarme más y más de tí. Sabor a mar, a salitre, a ganas de quererte, similar al que me dejabas en los labios cuando me besabas. Mi cabello cobrizo hacía ondas en el viento, asemejándose a un saludo celestial que te cubría la cara mientras me abrazas por el dorso, y entretanto me dejabas claro con tu besuqueo que no querías perderme. Las gaviotas nos hacían señales y nos indicaban el camino de vuelta a El País de Nunca Jamás: querían que nos perdiésemos como Peter y Wendy para crear la historia que ellos nunca tuvieron, aunque la nuestra haya empezado mucho antes de lo que imaginamos. La brisa nos descolocaba, sin dejarnos tregua. Manifestándose, urgiendo y susurrándonos que esto debía ser eterno.
¿Por qué te fuiste? Hoy no estás, ni lo estarás mañana.
Juro que me encantaría tenerte aquí presente, escoltándote hasta llegar a una salita que te tengo preparada en mi corazón. Házme caricias al alma y cuídala por mí cuando yo no pueda.
Juro que me encantaría tenerte aquí presente, escoltándote hasta llegar a una salita que te tengo preparada en mi corazón. Házme caricias al alma y cuídala por mí cuando yo no pueda.
Me encantan tus entradas y como escribes.
ResponderEliminarTe sigo desde hace tiempo!
Besos
http://lorenaglezz.blogspot.com/