27 agosto, 2011

Caricias regaladas al diablo

Volviste como una brisa de otoño, sin reparos, sin prisas, como sólo tú sabías. Me volviste a calar los huesos desnudos, deseosos, casi ardiendo en deseos de sentir el calor que me dabas. Quisiste mentirme, decirme que habías llegado por casualidad, pero algo palpitaba y me susurraba que era falso. Quizás me lo imaginaba, pero es que sabes, sabes perfectamente que me pierdo entre tus dedos, que no encuentro el principio ni el fin entre tu lengua y la mía, y que olvido las formas cuando me desabrochas el sostén. A veces prefiero que me mientas, que me digas que no hay otra, que en tu mente sólo existe tu madre y yo. Pero sé que no es así, sé que quisiste este alma que hoy te escribe, que te he querido durante todo este tiempo. Pero las cosas cambian y se ve que no valió ni vale la pena tanto dolor, tantas lágrimas innecesarias derramadas por un futuro incierto que idealizaba con tu presencia. Intento olvidarme de aquel día en el que me dijiste, mirándome a los ojos, cuánto me querías, cuánta falta te hacía, pero que no podíamos seguir con esto, que no iba a ninguna parte. Pum. Un jarro de agua fría que tímido demostraba mentiras... besos y caricas regaladas al diablo. Sueños hechos cenizas, quemados con gasolina y una cerilla que grita sin tapujos que no quiere hacer esto, pero por mucho que grite... Nadie la escucha. Oídos sordos se hacen al escuchar un lamento que poco a poco se va haciendo menos intenso, inversamente proporcional al fulgor que tengo en los ojos cuando hablo de tí.

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