02 mayo, 2011

Había llovido, tronado, habido relámpagos... Lo que suelen llamar una tormenta de verano.
Mischel estaba allí, tirada en medio de aquella calle nulamente transitada. Quería saber lo que sienten los actores cuando pasean por esas aceras húmedas mientras recitan su interminable guión. Le gustaba la lluvia, hacía que se sintiera más viva; quizás porque cada golpecito por mínimo que fuera lo notaba tanto suyo, que juraría ser parte de aquel espectáculo de agua y gravedad.
De pronto, el recuerdo de aquel día. 
Hacía justamente un año, esa noche había conocido a la persona que cambió su vida, de la que se enamoró, con la que batalló como con ninguno. Mischel recordó todo y empezó a llorar desconsoladamente: su mundo no giraba en torno a nada, había dejado de sonreír y su corazón cada día latía con menos empatía, no como los demás. Lamentaba que cada palpitación era menor que la anterior. Quizá, sentía que su camino se terminaba y no podía hacer nada, si es que tenía ganas.
Mischel soñaba y sueña cada noche con volver a verlo... Decirle que fue injusto con ella por no dejarla demostrarle todo lo que le quería y lo que podía llegar a ser o hacer para complacerle, para revivir todos los momentos olvidados; porque todo tiempo pasado fue mejor.
Comenzó a llover de nuevo, con más fuerza. Parecía como si Zeus se manifestara en contra de ella; mientras, sus sollozos y lamentos se diluyeron con las gotas de lluvia, borrando cualquier signo rebelador de aquellas lágrimas que con todas sus fuerzas deseaba despojar de su rostro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario