04 abril, 2016

Yo era una tarde de invierno,
nostalgia y ceniza en la cama,
los restos de un incendio provocado,
las ruinas que quedan cuando un castillo
es asaltado
sin piedad,
un poema cansado en forma de papel arrugado
en la papelera de una oficina gris.
Tú eras un paseo por el campo en un día de Marzo,
el olor a caricia sobre hierva recién cortada,
el abrazo de bienvenida en la terminal vacía de un aeropuerto,
la hora del recreo,
la tarde del viernes,
la vuelta a casa después del trabajo,
un sábado por la noche,
el polvo de reconciliación de todas esas discusiones
que en el fondo solo son excusas para encontrar
nuevas formas de quererse,
esas eran nuestras credenciales mucho antes
de presentarnos.
Entonces un día de Otoño
sin cartas y sin manga cautelosa
te acercaste a mi con esa ternura
que solo tienen las personas que saben amar
me lamiste la tristeza
y nevaste sobre mi espalda tiroteada,
llenaste mi almohada de buenas noches
y mejores sueños al descansar tu cabeza sobre ella,
empece a acompasar mi respiración a tus latidos
y la música empezó a tener sentido.
Un tiempo después,
una mañana de esas en las que el Polo Norte
se concentra en toda la ciudad,
te observé descansar agotada y en paz
sobre mi cama
mientras escuchaba llover a través de la ventana.
Y de repente, perdí el frío.
y mirarte fue el deshielo,
te contemplé y vi como se reconstruía
la primavera en mi vida,
las cuatro paredes de mi habitación
se abarrotaron de esas margaritas que solo saben
decir que si.
Me miraste y te pregunté ¿qué has visto en mi?

-Una flor
en medio de un campo en ruinas- .

Contestaste tú.

-Elvira Sastre

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