08 diciembre, 2013

El dolor es directamente proporcional al número de lecciones que aprendemos.
Entra sin llamar y se hace dueño de todo aquello que nos hace sentir vivos.
Y es difícil hacer que salga, arrancarlo y deshacerse de él. Dejar de tener visitas desafortunadas.
Pero el tiempo es el encargado de ello.
Consigue, tarde o temprano, atarlo de pies y manos y tirarlo por el precipicio más grande.
Allí donde también van a parar las sonrisas que el dolor en su día secuestró.
Pero, ¿qué no cura el tiempo?
Todo pasa, nada permanece.
Somos mucho más fuertes de lo que creemos.

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