25 marzo, 2011

Todos llevamos una mochila

Pude sentir miedo si alguna vez se me nubló el recuerdo de tu cara, de tus pestañas infinitas, de cómo me abrazabas y elevabas mis pulsaciones a la enésima potencia. Que tus labios hicieran una curbatura perfecta en mi cintura indefinida, que tus ojos consiguieran iluminar el callejón más tenebroso o que conociera a la perfección cada milímetro cuadrado de tu piel. Que tus piernas rozaran mi cintura y que tus pupilas se dilataran hasta encontrar lo más profundo de tu ser. Porque contigo pude volar sin pensarlo, colarme en tu camiseta, comerte a besos en rojo.
Pero tu amor se convirtió en una pesada mochila que poco a poco pesaba más y más hasta dejarme sin aliento, en la que se guardaban cartas de mentiras. Palabras que me desgarraban y me hacían pensar en un mundo sin corazón; en quitármelo, tirarlo, arrancarlo, ser un cuerpo sin sentimientos, desvalido por el dolor sufrido. Porque al fin y al cabo, nunca nada puede ser perfecto como quisiéramos, como una película.

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